Sonrisas de Javier Chavanel (2019)
Por Diana Gutiérrez
En este cortometraje español dirigido por Chavanel, todo es aparentemente normal, ¿el motivo?, Sara, una joven bella y divertida, quiere que Borja, su pareja, algo tímido pero afable, conozca por fin a sus padres. Sí, algo que cualquier novia, luego de un tiempo prudente pediría a su amado, lo que Borja no imagina, es el desenmascarador desenlace…
Avistamos junto a Borja el escenario perfecto de una familia funcional: un hogar ordenado, todo compuesto de colores pasteles y vivos, entornos bien iluminados, sin sombras, música jocosa; una asepsia ideal. En esta casita dulce no podría suceder nada malo, más allá de la usual timidez al decir el nombre y profesión, más allá de las preguntas de rutina y una que otra migaja que de repente cuelgue de la barbilla al consumir la cena, pero no, inmediatamente entramos a la casa (con Borja), algo retorcido se entrevé, las líneas de los decorados se tornan angulosas, caras demasiado felices y sonrientes envían mensajes subliminales en cada instancia de la casa; los rostros mismos de los familiares de Sara, son por demás siniestros: una piel amarilla como si fuera una máscara de látex, una sonrisa de oreja a oreja recurrente, ojos saltones, negros y fijos, no enunciación de palabras, actitud medida, inquisidora y una socarrona vestimenta eléctrica y de colores vibrantes… algo no encaja en todo este teatro: Sara, su novia, tan común y cotidiana, tan suelta, tan conversadora.
Nos encontramos pues ante la mesa del comedor, en un incómodo y extraño compartir, mientras bebemos la sopa (con Borja), los ojos saltones nos detallan sin hablar y habitamos así los terrenos de lo ominoso, ese juego dialéctico entre lo que es inicialmente familiar y de pronto genera angustia por romper el ritmo cotidiano, lo “extraño inquietante”, que nos hace sentir incómodos y amenazados dentro de un contexto que se asumía común y conocido. No se trata de un miedo directo, sino de una desestructuración de la vivencia, que genera duda, no necesariamente una amenaza física explícita, y que en el caso de Sonrisas (2019) se revela avisando poco a poco la muerte.
“¿Por qué llevan las máscaras?” Pregunta Borja
“No son máscaras” Responde Sara sonrinte mientras sigue comiendo.
En esta terrorífica cena, ante la cual no sabemos si Borja imagina las máscaras o realmente esas son sus pieles, la pregunta por la autenticidad y la identidad se hace fundamental. Nos asusta lo que no encaja en nuestros marcos de representación, de ahí que sea tan importante acomodarse a la estructura social, ¿qué significa entonces tener un rostro VERDADERO?, ¿cómo negar la existencia del espectro, del fantasma, del monstruo, solo por que no tiene un rostro legítimo?, ¿son también legítimas sus formas, sus deseos, sus delirios?
En este escenario de máscaras todo se torna sangriento, no es auténtico quien tenga la piel tersa y beige, no es auténtico quien se cubra con capas, quien se oculte tras su belleza; es pues mandato en esta familia hacerse a la autenticidad de manera visceral. Hay una cierta perversión en esa idea de quitarle los velos a las cosas del mundo para poder ver LO REAL, no sabemos muy bien lo que buscamos cuando nos acercamos a los otros, pero algo dentro quiere ver al monstruo, y sí que hay uno detrás de cada familia, cada pareja, detrás de cada ser humano, en Sonrisas (2019), nos encontramos de frente con él, sin embargo, la obsesión más monstruosa en esta historia es pretender que todo encaje con nuestro ideal, aunque nos cueste la vida, aunque nos cueste la sangre.
Diana Gutiérrez
Comunicadora audiovisual, estudiante de Maestría en Arte y Cultura – UOC, España-, escritora y crítica.
Blog de cine y arte: https://carolinadianana.wixsite.com/punctumcritica
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